Encontró entre las hojas de un libro
abandonado una entrada al museo de Altamira (Santander) y empezó a
inventarse a esa persona que había guardado un recuerdo para
dejárselo olvidado entre las letras de una historia que comienza en
un andén de una estación en un país muy alejado de esas cuevas.
Una entrada gratuita del día siete de julio de 2012, un san fermín.
Curiosamente en la entrada se entrevé la imagen de un toro, copia de
algún dibujo prehistórico quizá.
Pensó en quien sería su dueño, sí,
su dueño. Enseguida dejó atrás la posibilidad de que fuera una
mujer, prefería toparse con un hombre. Un hombre vestido con tonos
grises, de ojos acuosos llenos de misterio, gafas que hacen aun más
plausible la idea de un ávido lector y ese aire que a ella siempre
la atrae y la pierde en ensoñaciones vanas. De pronto ya está
soñando con ese desconocido, con sus conversaciones, sus opiniones,
sus cosas que hacer...
Se despierta y recuerda que lo que se
proponía hacer era leer un rato ese libro que había rescatado de
otras manos que ella consideraba menos fervientes en cuanto a la
lectura. Ese que iba abandonando libros para que ella los encontrase
aunque esa parte ella ni la presentía, pero así era.
Él siempre hacía lo impensable para
que fuese ella y no otra la que los recogiese como pequeños seres
dejados a su suerte. Siempre cumplía con el rito y se los llevaba a
casa, a su cama, a su calor.
......
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